“Las vaginas son ateas”, cuando el teatro sorprende e impacta
Es ejercicio de inteligencia bien documentado y matizado en sus actuaciones, con algunos fallos, de humor negro, rebeldía, sarcasmo, gracia, sentido trascendente de una fe cristiana.
José Rafael Sosa
Las vaginas son ateas convoca y refuerza, desde su título, estos preceptos, pero qué bueno que, a pesar del temor y el prejuicio, nos decidimos a verla, debido a que no era lo que suponía sugerir ese irreverente título.
La autora tiene el acierto de plantear el encuentro de estas dos amigas de toda la vida representada por una señora casada y castigada por las limitaciones de una relación patriarcalmente desequilibrada y una religiosa singularmente rebelde al esquema, y vinculando con equilibrio intelectual los principios de la fe y la autenticidad femenina.
El libreto se ha escrito con un bien logrado sentido de humor negro, rebeldía, sarcasmo, gracia, sentido trascendente de una fe cristiana que no acepta los dogmas irracionales y por medio de una excelente selección de textos bíblicos que desmontan una serie de “verdades establecidas”.
La gran diferencia de este montaje con tantos otros es que no descalifica ni ridiculiza la fe cristiana. La expone y le ofrece una interpretación sentida y humana, alejada de la hipocresía, mediante un discurso bien asentado en las escrituras.
Xiomara Rodríguez (Marisó) ratifica su calidad interpretativa, haciendo gala de un discurso incisivo, con un genial repentismo con que incluye a los espectadores, aprovechando las cuitas del lenguaje planteado por la autora boricua.
Rodríguez es intuitiva, creativa en sus parlamentos, logra notable conexión con el público. Camaleónica en su transformación física, Rodríguez entrega una buena actuación, matizada de excelencia.
Yanela Hernández, (Julia) actriz logra con esta pieza un coprotagonismo que merecía hace tiempo, hace de su personaje una clave temática crucial que desarrolla con gran empatía y de notable sensibilidad para exponer las cadenas de la subvaloración de la mujer por parte de buena parte de los maridos “normales”, evidenciando los valores y retorcidos dogmas religiosos que la condicionan desde los inicios de su vida consciente.
El aspecto deficiente de Hernández, no obstante, es la vocalización en algunos momentos en los cuales el volumen de su voz no llega a escucharse con claridad, sobre todo en las líneas llamadas a provocar el estallido de la carcajada en el público.
Las dos actuantes, asimilaron las directrices de la directora, la veterana Elvira Taveras, una marca en firme en las candilejas criollas.
El espacio escénico es minimalista, con una gran economía de elementos, como para definir el hogar físico para alojar el desarrollo: un parque (el parque Duarte de ciudad colonial): faroles, una banca de hierro al centro y zafacones, y una foto del lugar proyectada al fondo, suficiente para enmarcar las actuaciones.
La selección de la banda musical cumple su rol, pero nada del otro mundo. El diseño de luces, bien pensado solo tuvo un fallo en la iluminación cenital cuando el personaje de Xiomara, sugiere hablar con Jesús, porque en dos oportunidades ella no queda iluminada directamente y tiene que moverse para centrar su figura bajo el haz de luz.
Desde luego, no revelaremos los detalles del cierre de Las vaginas son ateas porque corresponde presenciarlo a los espectadores en sala, pero es posible indicar que el final ofrece un giro dramático sorprendente.
La transformación en escena final es orgánica, directa y asumida con enorme arraigo argumental que impacta por su sencillez y que produce uno de los más hermosos momentos vistos en el teatro de estos años.
Lily Marie García Catalá nace en Puerto Rico. Productora de radio y televisión, gestora teatral, conferencista de crecimiento personal, bailarina, dramaturga, actriz y tanatóloga (especialidad psicológica en acompañamiento del duelo o enfermedad). El teatro ha sido otra de sus grandes pasiones. Su primera obra profesional como actriz fue “Lo mejor está por venir” en 1999.
Sinopsis:
Julia, una mujer católica en apuros matrimoniales y su intrépida amiga María Socorro (monja capellana de una prisión de mujeres) te llevan a un viaje hilarante que parte de las desgracias propias, lleno de situaciones cómicas y reveladoras, que a su vez lleva a una introspección.